miércoles, 23 de febrero de 2011

CARTA A UN VIOLENTO

Mi silencio es tu arma. Mi ignorancia, tu poder. Muda y tonta te hago fuerte, por eso te escribo hoy, tras el tiempo, tras los daños, para que escuches mi voz, para que leas mi palabra. Porque yo también la tengo, aunque duela, aunque te haga pequeño. Más dolieron mis heridas, esas que tuve, que me hiciste, que ya no tengo.

He pasado años escondida tras un muro. Años de opresión y sometimiento. De miedo.
Largo tiempo pidiendo a gritos auxilio, después de escuchar mil y un te quiero. Tantos años de tonta, ingenua, ingrata, torpe, necia. Olvidada en un hondo, muy hondo agujero. Tirada por el suelo.

Excusas malogradas. Pero, un castigo, tu castigo, no me instruye. Las ofensas no son por mi comportamiento el premio. Un guantazo no se justifica, las patadas no se ganan, un golpe no es un escarmiento. Y es que no merezco una pena, ni un insulto. No soy estúpida. Yo no soy el contratiempo. Lo son tus ojos, tus aullidos, esas garras de fiera. Porque tú no eres un hombre, sino un violento.

Ahora que soy libre, que ya no me envuelve el dominio de tus brazos, te digo que nunca tuve ni tengo dueño. Si te seguí fue primero por amor. Amor engañado, loco y ciego. Luego por impotencia y más tarde por miedo. Porque me hiciste creer que no era más que un cigarro a medio fumar, una colilla recogida del suelo. Tal y como se recogen los restos. Restos de una vida que me robaste, pedazos que ya no guardo, no pasaron, no los recuerdo. Pero quiero que sepas que, aunque otrora me lo robaras, hoy tengo un nombre. Y un sueño.

Y más te digo, que no hay en mí nada de bruja, aunque de encantadora tenga un rato.
Nadie me volverá a condenar por no planchar una camisa, ni por hacer la comida con una hora de más o de menos. Ya me puedo meter las manos en los bolsillos, como te las debieras tú meter para dejar de apuntar, mandar y pegar. Búscate la vida ahora, si puedes. Como yo lo he hecho. Porque de ti ya no dependo. ¿Y tú de mí?

¿Quién es ahora estúpido?, ¿quién es incapaz de organizar su propio cuerpo, limpiar su vida, alimentar sus ganas, sentir, regalar afecto? No creo que sepas lo que es eso. Tú, que acaparaste con tu vida la mía, que aniquilaste mis impulsos de volar. Y es que no hay homología entre humano y tirano. Tú, de entre los últimos, aún tendrás que buscar motivos que te hagan respirar. Yo, como más que humana, no pude vivir contigo, pero ya me liberé del ahogo y acabo de alzarme en vuelo. ¿Qué será del jefe si ya no tiene a quién mandar, quién será sin su vasallo? El aliento de unos gritos que se van.

Esta mujer que te escribe poco guarda de la niña a la que humillaste. Sólo un cuerpo que fue agraviado. Un cuerpo hoy repuesto y lleno de toda la fuerza que un día escondieron sus palabras. No hablemos de víctimas en esta historia, sino de tiempo, de
ese que pone a todos y todo en su lugar; del aprendizaje que me ha hecho ser mi ama y dueña, ser mi reina, que me ha hecho volver a querer. Porque quiero comerme el mundo, porque tengo ganas de vivir. En esta carta te digo que, a pesar de los pesares, tus daños ya no pesan. Soy feliz.